Una bienvenida calurosa - 4 de agosto

Introducción iconográfica


El Pórtico no solamente nos llama, como explicábamos en la primera catequesis, sino que también nos acoge con los brazos abiertos. Ninguno de los protagonistas de la Historia de la salvación se queda sin saludarnos calurosamente, al llegar por fin a la meta terrena que constituye la catedral de Santiago. Invitándonos, por otra parte, a alcanzar la meta definitiva, la celestial, la de la gloria que da nombre a este Pórtico, y para cuyo logro el Camino de Santiago es un paso más.

Los profetas (QEQ 22-29), a la izquierda, anunciadores de la salvación que traerá Cristo con la Nueva Alianza, parecen comentar nuestra llegada. Lo mismo sucede con los apóstoles (QEQ 32-39) a la derecha, que conversan como si disfrutaran con alegría de los frutos de su misión, que son los peregrinos que llegan hasta aquí, llamados y buscados por el Señor, como ellos.

En el centro, en el parteluz, toda la genealogía de Jesús (QEQ 42), sus ascendientes, su familia, y, por supuesto, María, que acogía en su seno al Salvador, y nos acoge a nosotros también como Madre nuestra, Madre de la Iglesia de Dios. Santiago (QEQ 31), nos espera sentado, de frente, con gesto sonriente y rostro afable, mediando entre nuestro nivel y el de la parte superior del Pórtico, donde el Rey de reyes (QEQ 10), coronado de victoria y con las manos abiertas, recibe a sus soldados, pues es lo que somos, «soldados de Cristo», según las palabras de un antiquísimo escritor eclesiástico. Los evangelistas (QEQ 9, 11, 16 y 17), por los que conocemos la buena noticia que nos ha traído hasta aquí, le rodean también para acogernos y seguir enseñándonos.

Los 24 ancianos del Apocalipsis (QEQ 4), en la arquivolta del arco central, se preparan para tocar exultantes sus instrumentos y acompañar así nuestra llegada. Mientras, vemos como en los extremos del arco principal, las almas de los que nos han precedido en la fe, son llevadas ya por los ángeles al cielo (QEQ 3 y 5), el destino final de los justos.

Comentario catequético


Intriga, nocturnidad, frío, lluvia, miedo, hogueras, llanto, copos grandes de nieve que se arremolinan en el aire por la ventisca, niños sucios y hambrientos, peste negra, analfabetismo, brutalidad... Toda esta imaginería, estos motivos, ¿a qué te recuerdan? ¡Exacto, a una película o novela histórica ambientada de la Edad Media! Por alguna extraña razón, en el cine y la literatura se presenta, casi siempre, a esta época como una época de oscuridad y brutalidad, para lo cual vienen muy bien los plásticos recursos de la noche, el frío, la lluvia destemplada. Pero, ¿es esto justo? ¿En la Edad Media todo era miedo, brutalidad, horror...? Mira al Pórtico de la Gloria. Vuela con la imaginación... Ya está. Estás ahora en el año 1188, año en el que el maestro Mateo termina el Pórtico de la Gloria.

En conjunto, ¿qué hay en el Pórtico? ¿Qué ves en él? Una gran invitación, una gran llamada hacia la que se dirige toda la humanidad. Una llamada a la gloria, una visión del hombre que está en armonía con Cristo, y no a la gresca con él. En el Pórtico se hace patente una manera de entender al hombre en la que el hombre no es un esclavo de Dios, sino su amigo e invitado. El ser humano es convocado a la audiencia del Rey, a compartir su gloria, pese a todo lo que el hombre hace por poner trabas al encuentro.

Para llegar a la audiencia hay que haber transitado las vías que conducen hasta ella. Las vías no están exentas de grandes peligros y dificultades, claro. No son desdeñables los riesgos que conlleva emprender el camino, no. ¡Uno puede de hecho perecer en él, y esto está también presente en la representación! Conviene saberlo, para evitar los peligros. Podría ocurrir también, ¡cómo no!, que no nos importe demasiado la invitación, preocupados en otras cosas, que nos parecen más interesantes. El Señor no quiere invitados forzados, rehúsa ser servido por esclavos... Pero lo central aquí es el Rey que nos llama a la gloria, como en el evangelio. ¡Se trata del evangelio, aunque en este caso esculpido!

El CCE explica:

CCE 1: Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, se hace cercano del hombre: le llama y le ayuda a buscarle, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Para lograrlo, llegada la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo como Redentor y Salvador. En él y por él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada.

CCE 410: Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado Protoevangelio, por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.

CCE 1731: La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.


Preguntas

1. Una tendencia relativamente normal con los que nos hacen una faena es, incluso aunque les perdonemos, estar ya prevenidos frente a ellos. ¿Te das cuenta de que el Señor no hace esto? ¿En qué lo notas?

2. ¿Dios soporta males para sacar bienes? ¿Eso no es lo mismo que admitir que Dios quiere los males? ¿De algún mal ha salido algo bueno para ti? ¿De cuál?

3. Aún no estamos en la gloria a la que se nos invita, ¿Cómo crees que puedes ir caminado hacia ella? Pero, ¿es que existe alguna posibilidad de no alcanzarla? ¿Qué papel juega la libertad en esto?


Oración (Himno Te Deum).



A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre, te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran. Los querubines y serafines te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo.
Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa, extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad, Hijo único y verdadero,
digno de adoración, Espíritu Santo, defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios en la gloria del Padre.
Creemos que vendrás como juez.
Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad.
Sé su pastor y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos y alabamos tu nombre
para siempre, por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre.
Para que resuene en tu corazón: gratitud, porque Dios no se desdice, aunque nos desdigamos nosotros. Él llama a la gloria. Responsabilidad, porque «Dios, que te creo sin ti, no te salvará sin ti» (San Agustín).

0 comentarios:

Últimos artículos

Dónde estamos

Delegación Diocesana de Infancia y Juventud
- Arzobispado de Madrid -

Pza. San Juan de la Cruz nº 2B
28003 Madrid
Madrid
back to top