Dios tiene un plan - 28 de julio

Introducción iconográfica

Al pueblo de Israel se le hizo esta promesa: un retoño brotará del tronco de Jesé y un vástago de sus raíces dará fruto (Is 11,1). En la columna central, bajo el apóstol Santiago, se representa el árbol de Jesé, que es la genealogía humana de Cristo, relatada con todo lujo de detalle al inicio del Evangelio de san Mateo.

Jesé está recostado en la parte inferior, de su costado nace un tronco y un poco más arriba vamos identificando sucesivamente a David, Salomón y así hasta llegar a la Virgen María. Es un plan, un plan de salvación trazado por Dios Padre para su pueblo. Todo estaba previsto: una historia de elegidos en la que no eran perfectos —algunos cometieron los más horribles pecados— pero también de ese mal Dios se sirve. Finalmente llegamos a José y a María, que con su sí culmina la maravillosa obra de la redención.

Cuando llegues observarás 5 cavidades en este fuste, a la altura de tus ojos. Al poner allí tu mano derecha, para hacer el gesto tradicional, acuérdate que igual que Dios traza este plan de salvación para su pueblo, también tiene un plan para ti, un plan para tu salvación. Haz tuya la oración de la antífona de Adviento: «Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quienes los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más» (Vísperas del 19 de diciembre).


Comentario catequético

Tal vez nos gustaría nacer ya crecidos, nacer adultos, llegar sin haber partido, terminar sin haber empezado, concluir trabajos sin sudar, encontrar trabajo antes de echar los CV, acabar la carrera antes de empezarla. Pero esto es sencillamente imposible. Una quimera, un sueño irrealizable que no corresponde a la manera de ser del hombre.

En lo humano todo necesita proceso, camino, tiempo, hacerse, saber esperar y al mismo tiempo trabajar pacientemente, porque nada está hecho plenamente desde el principio y nada de lo alcanzado plenamente conseguido y asegurado...

Pero la impaciencia y desesperanza están ahí. En realidad siempre estuvieron. Pero últimamente quizá hayan crecido paulatinamente, por efecto de internet y más aun de la mensajería instantánea: ¡si no nos responden al instante nos frustramos, aumentando nuestra exigencia de aquí y ahora, todo y ya!

El mismo Cristo, para invitarnos a la vida y comunión con él, ¡a ser sus amigos! A la gloria, en último término, se ha sometido a esta ley humana del progreso, del desarrollo, del avance, y, de abajo hacia arriba, de lo profundo de la historia hacia la plenitud de los tiempos, se ha preparado un linaje humano, que parte de Jesé, pasa por David (en los Evangelios Jesús es llamado muchas veces hijo de David) y llega a José y María. De abajo arriba, de menos a más, en una gradualidad ascendente.

Seguro que, como en el caso de muchos otros, de muchos de aquellos personajes se comentaría lo que tal vez hoy se comente de alguno de vosotros que se decide al seguimiento en serio del Señor: ¡de tan poco no podrá salir mucho! ¡De tan poca cosa no se espera nada muy excelente! Y, ¿por qué no? Si Cristo elige, si él auxilia... si le sigues...

El Salvador mismo se ha sometido a la ley del proceso, al crecimiento, a la ascensión, a la espera, en la vida oculta, hasta la plena manifestación en la vida pública y luego en su Pasión-Muerte-Resurrección. Necesitamos paciencia y esperanza para esperar sin desesperar la victoria y el cumplimiento de las promesas de Dios.

Y precisamos también la capacidad de ver a Dios guiando la historia, en lo mínimo y en lo transcendental... sin robar la libertad a cada uno. ¡Lo hace! Es tremendo y tranquilizador ver a Dios guiando los procesos de la historia, y también los de cada uno, discreta pero realmente, a su estilo. A esta guía y cuidado de Dios la llamamos providencia divina.

El CCE explica:

CCE 302: La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada «en estado de vía» (in statu viae) hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:

«Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo suavemente (Sb 8,1). Porque todo está desnudo y patente a sus ojos (Hb 4, 13), incluso cuando haya de suceder por libre decisión de las criaturas» (Concilio Vaticano I: DS 3003).

CCE 303: El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza (Sal 115,3); y de Cristo se dice: Si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir (Ap 3,7); hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza (Pr 19,21).


Preguntas

1. ¿Eres capaz de pasar un día sin móvil o internet o no mirarlo durante más de una hora? ¿Solo pensar en ello te genera mucha ansiedad?

2. ¿Percibes a Dios presente en cosas concretas de tu día a día? ¿En cuáles?

3. ¿La providencia de Dios no es una invasión de la autonomía humana? Que Dios se ocupe de nuestras cosas, ¿no nos hace infantiles —menores de edad— de por vida? ¿La providencia implica eso? ¿Qué implica?


Oración

¡Fíjate!, fíjate cómo la historia de la humanidad está en manos de Dios. ¡Qué misterio tan grande! De lo bueno y de lo malo se sirve el Señor para hacer cumplir sus designios. ¡Dios mío! Tienes un plan también para mi vida, sí, pero ¿y todas las veces que he fallado, que me han herido, que te he dado la espalda? ¿También estaban dentro de tu plan? Señor: sana tú las heridas de mi corazón y ayúdame a confiar cada día más y más en ti, en tu providencia. Señor: mi vida está en tus manos.

Para que resuene en tu corazón: confianza en Dios, por el hecho de estar en sus manos, en su providencia. Simpatía, solidaridad con Cristo, que comparte la ley del crecimiento.

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