Nuestro salvoconducto es la Virgen - 1 de agosto

Introducción iconográfica


La primera en ser llamada a seguir este camino, la primera en dejar hacer la obra de Dios en sí, en confiar en su promesa, fue María, nuestra madre y maestra. Es el bastón del peregrino, la que nos sostiene en la peregrinación de nuestra vida con su poderosa intercesión y su maternal protección. La vemos coronando el árbol de Jesé, en total contraposición con la figura de Adán que aparece en la base.

Ella aparece como la nueva Eva, que ofrecerá el fruto de su vientre para rescatar a Adán—y con él a todos los hombres— del pecado cometido al tomar de aquel otro fruto. Por eso se la representa encinta. A nuestra izquierda puede verse la figura de su prima Isabel, a cuyo saludo responde María con su mano izquierda en el vientre y la derecha en el pecho, signos ambos, respectivamente, de su humilde acogida del plan de Dios.

Es significativo que aparezca ya coronada, en consonancia con la imagen de Cristo en majestad del tímpano, señalándola ya como Reina del Cielo, aunque hemos de tener en cuenta que a pesar de que la escena elegida se encuentra para nosotros en correspondencia a su carácter de Inmaculada, la llena de gracia, aún no se había promulgado el dogma de la Inmaculada Concepción (1854). En relación a ello podemos señalar como las ramas que enlazan a todos personajes en las columnas historiadas del Pórtico, símbolo del pecado que paraliza la verdadera libertad, no tocan a la Virgen.

Así, aunque los temas iconográficos recurrentes para representar a la Virgen durante el románico y el gótico son por tanto la Anunciación, la Virgen con Niño o el Nacimiento de Cristo, en todos ellos queda señalado el importantísimo papel de María en el plan salvífico de Dios.


Comentario catequético


¿Te has fijado lo que pasa muy frecuentemente cuando estás parado, esperando que se ponga en verde un semáforo? Ocurre algo sobre lo que quizá no hayas reflexionado, pero con miga. Ya esté rojo, verde, ámbar o como esté, si alguien se aventura a cruzar, se produce un curioso efecto imitación, muy a menudo inconsciente. De hecho, casi sin mirar al semáforo, te lanzas a cruzar, fiado, confiado... ¿Cómo podemos llamar a un fenómeno así? Ejemplaridad e imitación. El que inaugura un manera de hacer las cosas, un modo de actuar, ya sea bueno o malo, da un ejemplo, y los que lo copian, consciente o inconscientemente, son imitadores, ejecutan una imitación.

Esto pasa permanentemente en nuestro día a día: tú y yo estamos sometidos a infinidad de modelos de conducta, de vida, de pensamiento, de vestido, de gusto estético, de todo. Se nos proponen muchísimos ejemplos, para ser imitados. Percibir algo como deseable e interesante y desear imitarlo, copiarlo, apropiárnoslo, es profundamente humano, cuando es bueno. De otro modo es alienante. Parece razonable buscar buenos modelos que imitar en nuestra propia vida. ¿Y cómo se sabe si son buenos? Sabes que son buenos ejemplos cuando experimentas un bien propio tratando de imitarlos en tu vida, cuando por experiencia tu yo crece. Por eso la Iglesia nos propone hombres que son modelos de santidad.

Esto se aplica sobre todo a la Virgen María, que goza de una especial ejemplaridad para la humanidad, o sea, también para ti y para mí. ¿Y por qué? De modo similar a como Cristo y Adán se contraponen como la cara y la cruz de la misma moneda (Rom 5). Sí, efectivamente: Adán es la cabeza y guía de una humanidad desobediente, que se dirige a la muerte, y Cristo el guía de una humanidad reconciliada, que aspira a la gloria. En esta línea, y con razón, la Virgen María, tan unida a Cristo, es también vista como la nueva Eva, la que con sus síes deshace las desobediencias de la antigua Eva, y abre la esperanza de vivir como hijos de Dios y aspirar a la gloria. El CCE explica al respecto:

CCE 488: Dios envió a su Hijo (Ga 4,4), pero «para formarle un cuerpo» (cf. Hb 10,5), quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María (Lc 1,26-27):

«El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (LG 56; cf. 61).

CCE 492: Esta «resplandeciente santidad del todo singular» de la que ella fue «enriquecida desde el primer instante de su concepción» (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo» (LG 53). El Padre la ha bendecido [...] con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo (Ef 1,3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1,4).


Preguntas

1. ¿Cuáles son tus modelos en la vida? Ya eres mayor, sí, pero, ¿cuáles siguen siendo tus «yo de mayor quiero ser como...»?

2. ¿Crees que Dios propone un modelo de mujer? ¿Qué tiene el modelo de específico, cuáles son su rasgos?

3. ¿Tiene la Virgen un papel importante en el plan de Dios? ¿Lo tiene en tu vida? ¿En qué se concreta?


Oración (Magnificat).

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador,
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.
Su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo,
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo
acordándose de su misericordia
como lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abrahán
y su descendencia por siempre.
Para que resuene en tu corazón: confianza humilde en Dios, que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

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