El que nos llama es Cristo - 29 de julio

Introducción iconográfica

Mira en el tímpano central: es Cristo sentado en su trono de majestad, es el varón de dolores que nos muestra sus llagas, el que ha vencido a la muerte. Es el Rey de la gloria, mira su corona y su túnica de rey, es el hombre perfecto, el que nunca falla, el que tiene todas las respuestas…

[…] y estoy vivo, aunque estuve muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del infierno […] (Ap 1,18).
Es, según interpreta Felix Carbó como un gran rey que concede audiencia a su pueblo acompañado por sus cronistas y su corte.
A su derecha, a la altura del brazo de su trono, brota un manantial de agua: […] al sediento yo le daré a beber graciosamente de la fuente del agua de la vida […] (Ap 20,6), que es él mismo, el que os convoca e invita.
Sin embargo, ¿quién es Cristo para ti? A lo mejor aún no le conoces, a lo mejor no has tenido un encuentro cercano con él y éste es el momento. Tu corazón le busca aunque no lo sepas, él tiene la respuesta a todo lo que te preocupa. Si ya le conoces igual es hora de renovar tu confianza en él… y decir de rodillas, como Tomás a la vista de sus llagas: Señor mío y Dios mío (Jn 20,28).


Comentario catequético

No sé si te has visto alguna vez en la situación de no poder comunicarte, por el hecho de desconocer el idioma, o conocerlo imperfectamente. ¡Es muy frustrante! La necesidad humana de comunicación se ve entonces cortada... Incluso aunque haya voluntad de comunicación. En una situación así la única posibilidad de superar la incomunicación es acercarse, aprendiendo uno el idioma del otro...

En cierto modo esto es lo que vemos aquí representado: Dios, para hacerse entender plenamente, se hace uno de nosotros; se pone a nuestra altura; asume verdaderamente la humanidad, para que podamos tratar con él, de tú a tú, de hombre a hombre... con esto él se abaja, para que podamos tocarle, hablarle, comunicarnos con él, dar vía a nuestras ganas de Dios. Pero siendo él un auténtico hombre ahora también él conoce las necesidades... ha sacrificado mucho para entablar esta relación. Por su parte ha sido una apuesta fuerte.

Jesús es Dios, sí, pero también un hombre verdadero. No sólo es que tenga apariencia de hombre. Te invita y te llama con palabras humanas. Sabe tu idioma. Sabe de penas y alegrías. De primera mano. Es hombre del todo y en plenitud. El que puede enseñarte a vivir a tope todo lo humano, porque ha vivido y sanado todo lo plenamente humano.

El CCE, entre otras razones, explica la finalidad de algo tan insólito como que Dios se haya hecho un hombre (se haya encarnado):

CCE 458: El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él (1 Jn 4,9). Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16).

CCE 459: El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ... (Mt 11,29). Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí (Jn 14,6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: Escuchadle (Mc 9,7; cf. Dt 6,4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15,12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8,34).

CCE 460: El Verbo se encarnó para hacernos partícipes de la naturaleza divina (2 P 1,4): «Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3,19,1). «Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» (San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione, 54,3: PG 25,192B). «El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres» (Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de Maitines, primer Nocturno, Lectura I).


Preguntas

1. Si Dios se hace hombre y sabe lo que es ser hombre, ¿en qué cosas humanas concretas de tu vida crees que puede ayudarte?

2. ¿Percibes lo que arriesga Dios, lo que sacrifica, para concretar la llamada, y hacer posible el encuentro contigo? ¿Crees que Cristo cuenta contigo, que le interesas?

3. ¿De verdad se puede intentar imitar a Jesús, su santidad, su manera de ser? ¿No es un modelo demasiado inalcanzable, por excesivamente ideal?


Oración

Señor, ¿eres tú quien me llama? ¿Eres tú hecho hombre, llagado, maltratado pero victorioso quien me llama? Ayúdame a entender este misterio, Señor. Que fue por mi por quien lo arriesgaste todo, que fue por mis pecados por los que sufriste tanto. Gracias Señor, gracias por haberte hecho hombre, por haberte puesto en mi piel, ahora sé que sólo tú aliviarás y sanarás mi corazón.

Para que resuene en tu corazón: estupor y agradecimiento por la desproporción: Dios lo arriesga todo, para que yo pueda entrar en relación con él, le tenga a él y la gloría de la divinidad.

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